Una vez establecidas todas aquellas grandes y muy solemnes acciones de nuestro Señor y Salvador: su obediencia hasta la muerte, su resurrección, su ascensión al Cielo, su lugar a la derecha de Dios, y su intercesión por nosotros, (sobre todas las cuales ya se ha insistido de forma más amplia)1, ahora añadiré este discurso que sigue un orden coherente. Trata del corazón de Cristo, en la posición que ahora ocupa en el Cielo, sentado a la diestra de Dios, e intercediendo por nosotros: qué
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